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mmm no me acuerdo... |
La
amnesia infantil es la incapacidad que tenemos los adultos para recordar los
eventos que vivimos o presenciamos desde el nacimiento hasta aproximadamente
los cuatro años. Nuestras primeras memorias son, en general, acontecimientos
puntuales, traumáticos o de primera vez, que se manifiestan como películas de
pocos segundos. Mi memoria más remota es el llanto de mi madre y de mis tías en
el velorio de mi abuelo materno, pocos meses antes de mi cuarto cumpleaños.
¿Cuál es la suya?No existe unanimidad científica con respecto a la causa de
semejante laguna. Este columnista sostenía una hipótesis que consideraba
original hasta cuando escarbó Google para buscarle respaldo académico y,
entonces, se dio cuenta de que ‘su’ idea ya había sido planteada desde varias
perspectivas. La hipótesis es bastante sencilla: los niños pequeños tienen poco
o ningún sentido de identidad; ellos carecen tanto de un yo grabador, que tome
nota de las experiencias propias y de los acontecimientos a su alrededor, como
de un yo recordador, que consulte tal registro cuantas veces quiera referirse a
las historias allí guardadas.
El yo es un supercomplicado software neuronal (hasta
ahora incomprensible) que se auto-programa, de manera rudimentaria al comienzo,
y se autoejecuta por el resto de nuestra existencia. Cuando tal yo es
incipiente, como ocurre en la temprana infancia, no hay registro confiable ni
recordación posible. Uno de los trabajos más importantes de los cerebros recién
nacidos es iniciar y canalizar el desarrollo de tan extraordinario programa para
que, en paralelo con su desarrollo físico, el bebé se convierta eventualmente
en ‘personita’.
Esta conversión toma unos cuatro años y su progreso ha
sido verificado en diversos escenarios. Un punto intermedio importante durante
el crecimiento ocurre hacia los dieciocho meses, cuando los niños comienzan a
distinguirse de los demás y a pasar la prueba de reconocerse en un espejo (como
lo hacen los elefantes, los delfines, los grandes monos y algunos cuervos).
Otra referencia paradójica de la lenta maduración de
los humanos es la comparación de su comprensión cuando bebés con la capacidad
intelectual de los bonobos o chimpancés pigmeos. Una investigación reciente de
la Universidad de St. Andrews, en Escocia, ha encontrado que, en la solución de
problemas que involucran objetos, los bonobos tienen una inteligencia
equivalente a la de un niño de tres años. “Hay más en el mundo de los bonobos
de lo que parece a simple vista”, dice la doctora Amanda Seed, profesora de la
Escuela de Psicología y Neurociencia en la misma universidad. Y menos de lo que
podría esperarse de los niños, agrego yo. Cuando el muchacho alcanza los cuatro
años, eso sí, ya no hay comparación posible.
Los estudios de las causas de la amnesia infantil son
numerosos y sus conclusiones, en general, giran alrededor de un posible
subdesarrollo en una o varias de tres facultades:
1) El sentido de identidad
(sin yo recordador, no hay recuerdos); 2) el lenguaje (sin palabras, no hay
historias); y 3) diversos módulos del cerebro como la corteza prefrontal, el
hipocampo o la amígdala (sin ‘computador’ suficiente, el software neuronal no
funciona).
Las tres explicaciones, por depender del cerebro mismo
o ser parte de él, están inevitablemente interconectadas y son facetas de una
sola teoría. De hecho, el cerebro de un bonobo adulto y el de un bebé recién
nacido tienen igual peso (aproximadamente 350 gramos); el cerebro de un humano
de 12 años (cuando termina el crecimiento de tal órgano) es cuatro veces mayor
(1,4 kilogramos). Algo falta o está rezagado dentro del cráneo de los bebés
para que los adultos recordemos tan poquito de nuestros primeros años.
No obstante la cantidad y profundidad de las
investigaciones, las causas de la amnesia infantil permanecerán por siempre con
signo de interrogación. Las cosas inexistentes –las cualidades pendientes de
aparecer, sean componentes del sentido de identidad, la facultad del lenguaje o
los billones de neuronas que aún faltan por surgir– no dejan rastros. Así y
todo, la hipótesis de la estructuración progresiva del yo, desde un cero hasta
un algo portentoso, en sus componentes funcionales o como un todo, es una
explicación plausible, a pesar de no poder someterla al método científico… Y
tiene muchísima lógica desde el punto de vista de los adultos.
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