sábado, 14 de noviembre de 2015

¿Cuál es el recuerdo más remoto de su infancia?

mmm no me acuerdo...


La amnesia infantil es la incapacidad que tenemos los adultos para recordar los eventos que vivimos o presenciamos desde el nacimiento hasta aproximadamente los cuatro años. Nuestras primeras memorias son, en general, acontecimientos puntuales, traumáticos o de primera vez, que se manifiestan como películas de pocos segundos. Mi memoria más remota es el llanto de mi madre y de mis tías en el velorio de mi abuelo materno, pocos meses antes de mi cuarto cumpleaños. ¿Cuál es la suya?No existe unanimidad científica con respecto a la causa de semejante laguna. Este columnista sostenía una hipótesis que consideraba original hasta cuando escarbó Google para buscarle respaldo académico y, entonces, se dio cuenta de que ‘su’ idea ya había sido planteada desde varias perspectivas. La hipótesis es bastante sencilla: los niños pequeños tienen poco o ningún sentido de identidad; ellos carecen tanto de un yo grabador, que tome nota de las experiencias propias y de los acontecimientos a su alrededor, como de un yo recordador, que consulte tal registro cuantas veces quiera referirse a las historias allí guardadas.


El yo es un supercomplicado software neuronal (hasta ahora incomprensible) que se auto-programa, de manera rudimentaria al comienzo, y se autoejecuta por el resto de nuestra existencia. Cuando tal yo es incipiente, como ocurre en la temprana infancia, no hay registro confiable ni recordación posible. Uno de los trabajos más importantes de los cerebros recién nacidos es iniciar y canalizar el desarrollo de tan extraordinario programa para que, en paralelo con su desarrollo físico, el bebé se convierta eventualmente en ‘personita’.

Esta conversión toma unos cuatro años y su progreso ha sido verificado en diversos escenarios. Un punto intermedio importante durante el crecimiento ocurre hacia los dieciocho meses, cuando los niños comienzan a distinguirse de los demás y a pasar la prueba de reconocerse en un espejo (como lo hacen los elefantes, los delfines, los grandes monos y algunos cuervos).
Otra referencia paradójica de la lenta maduración de los humanos es la comparación de su comprensión cuando bebés con la capacidad intelectual de los bonobos o chimpancés pigmeos. Una investigación reciente de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, ha encontrado que, en la solución de problemas que involucran objetos, los bonobos tienen una inteligencia equivalente a la de un niño de tres años. “Hay más en el mundo de los bonobos de lo que parece a simple vista”, dice la doctora Amanda Seed, profesora de la Escuela de Psicología y Neurociencia en la misma universidad. Y menos de lo que podría esperarse de los niños, agrego yo. Cuando el muchacho alcanza los cuatro años, eso sí, ya no hay comparación posible.

Los estudios de las causas de la amnesia infantil son numerosos y sus conclusiones, en general, giran alrededor de un posible subdesarrollo en una o varias de tres facultades: 
1) El sentido de identidad (sin yo recordador, no hay recuerdos); 2) el lenguaje (sin palabras, no hay historias); y 3) diversos módulos del cerebro como la corteza prefrontal, el hipocampo o la amígdala (sin ‘computador’ suficiente, el software neuronal no funciona).

Las tres explicaciones, por depender del cerebro mismo o ser parte de él, están inevitablemente interconectadas y son facetas de una sola teoría. De hecho, el cerebro de un bonobo adulto y el de un bebé recién nacido tienen igual peso (aproximadamente 350 gramos); el cerebro de un humano de 12 años (cuando termina el crecimiento de tal órgano) es cuatro veces mayor (1,4 kilogramos). Algo falta o está rezagado dentro del cráneo de los bebés para que los adultos recordemos tan poquito de nuestros primeros años.

No obstante la cantidad y profundidad de las investigaciones, las causas de la amnesia infantil permanecerán por siempre con signo de interrogación. Las cosas inexistentes –las cualidades pendientes de aparecer, sean componentes del sentido de identidad, la facultad del lenguaje o los billones de neuronas que aún faltan por surgir– no dejan rastros. Así y todo, la hipótesis de la estructuración progresiva del yo, desde un cero hasta un algo portentoso, en sus componentes funcionales o como un todo, es una explicación plausible, a pesar de no poder someterla al método científico… Y tiene muchísima lógica desde el punto de vista de los adultos.


Psicologia Uniminuto Sede Buga

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